miércoles, 8 de octubre de 2008

Viajes (VI): Telefonos robados en San Petesburgo

Después de la noche anterior, tras mucho alcohol y poco sueño, llegamos a San Petesburgo o Санкт-Петербу́рг (para los amigos). Hasta ese momento el viaje había discurrido por lo que se puede considerar occidente. Rusia, por el contrario, is different. En cuanto pones el pie en tierra, te conviertes en analfabeto. El alfabeto cirílico queda muy bonito, cuando el nombre de tu hotel, o la calle en la que está, tienen 15 letras, de las cuales sólo entiendes tres, tienes un problema. Además, en nuestra infinita sapiencia, no teníamos ni idea de donde estaba el puerto (es decir, donde estábamos), o donde estaba el hotel (a donde íbamos), con lo que los primeros minutos tuvimos algún problema.

Pero el azar, la buena suerte y nuestra ingenuidad se pusieron de nuestra parte. Boris, simpático conductor de una furgoneta con visillos se ofreció a llevarnos a nuestro hotel. Cargamos las maletas, nos subimos en en la furgoneta, y entonces, me dio por pensar, y me acojoné. Mire a Pedro, y vi el miedo en sus ojos. Estábamos pensando lo mismo. Vale, si, eramos siete tíos, pero íbamos en una furgoneta, que nos llevaba donde quisiese el conductor, clarísimamente con sus 15 amigos que nos atracarían. Temíamos por nuestros bártulos (Pedro temía principalmente por sus cremas). Con el corazón en un puño, los huevos por corbata y temblando como flanes viajamos hasta el hotel. Y llegamos... sin problemas. (Esta anécdota, que en este momento parece un poco chorras tendrá sentido un poco más adelante).

Cuando llegamos al hotel, vimos los alrededores, y, después de una siesta larga intentamos dar una vuelta de noche. Mientras nos preparamos se me ocurrió una idea que luego dio mucho juego.

Para explicar esto tengo que retroceder unos meses. En sanfermines de ese año dormía en casa de una amiga, donde, además dormían un par de chicas: Norma y Sandra. Alberto dormía en casa de otro amigo, y nos juntamos en para salir de marcha. A Alberto le gustó Sandra, y quería practicar la teoría del bocatazo con ella, con lo que, mientras yo entretenía a Norma, Sandra demostró ser una maestra de las técnicas de la Cobra con Alberto. Como la cosa no iba a ningún lado, nos juntamos de nuevo ya después del encierro, y Norma se empeño en acompañar a Alberto donde dormía.

Yo dormía con Norma y con Sandra, Sandra no quería nada con Alberto, yo quería dormir, y Norma tenía las llaves. Lógicamente, lo que hicimos fue ir, los cuatro, a la otra punta de Pamplona a acompañar a Alberto, y luego, los tres volvimos, tranquilamente a dormir al piso de mi amiga.

A Norma le debió impresionar mi amigo, ya que, aunque apenas hablo con ella, se pego media mañana hablando de él conmigo (yo hablaba poco, porque a las 10 de la mañana y después de toda la noche de fiesta por ahí, yo quería dormir).

Después de eso, Norma se quedaba en Navarra y Alberto volvía a Zaragoza, con lo que no se esperaba demasiado de esa relación. Pero Norma no pensaba lo mismo. En las siguientes semanas, Norma mandaba mensajes, hacía llamadas perdidas y llamaba a Alberto todos los días. Alberto contestaba a algún mensaje, pero no tenía mucha ilusión, Norma en cambio si parecía muy interesada. Mientras estábamos en Suecia y en Estonia, los mensajes llegaban todos los días, y como Alberto nunca había despertado tanto interés en el género femenino, comentábamos el tema entre todos.

Volviendo a San Petesburgo y a mi gran idea. El plan era el siguiente: Mientras Alberto se duchaba, cogí su teléfono. Anoté el número de Norma en el mio, y a mi número le cambie el nombre. Ahora, si llamaba o mandaba un mensaje, parecería que lo había mandado Norma. Si él mandaba un mensaje a Norma me llegaría a mi y no a Norma. En definitiva, me convertí en una Norma por SMS. Desde ese momento, el objetivo del viaje era ir mandando mensajes, en los que parecía que Norma iba mostrando su interés creciente en Alberto, dejar que esté se ilusionase o asustase, y justo a la hora de aterrizar en Madrid, desenmascararnos y echarnos unas risas.

El plan era muy bueno, ya que como estábamos en Rusia, y las llamadas eran muy caras, no había riesgo de que Alberto llamase, no se involucraban a terceras personas, la autentica Norma nunca recibiría ningún mensaje extraño. El daño que se pudiese crear era muy pequeño. Para ella lo único que pasaría es que Alberto no contestaría ningún mensaje durante los diez días que estuviese en Rusia (y, en el peor de los casos siempre podríamos mandar un mensaje desde el teléfono de Alberto para que no pensase que se había olvidado de ella)

Así que, después de prepararnos e informar a todos los miembros de la expedición del plan nos dispusimos a salir del hotel. Como ya conté en el pasado, había un par de amigos metrosexuales, Martín y Pedro. Pedro se arreglaba mucho, pero no tardaba demasiado. A Martín había que esperarle siempre. Por suerte el hotel tenía bar, y en él vimos a un finlandés que iba más borracho que Massiel en una degustación de whisky Dyc. Como pudo nos advirtió: ¡Nunca vayáis solos por la calle! ¡No os fiéis de la policía! ¡que no se note que vais borrachos! ¡No cojáis nunca un taxi ilegal! Bueno, esto nos acojonó un poco, pero aun así decidimos ir a una discoteca cercana, donde no logramos pasar de la puerta. Cuando estábamos a punto de entrar, la portera, una señora de unos sesenta años gritó nyet, y sin darnos oportunidad a decir nada, y a demostrar que eramos turistas, nos cerró la puerta en las narices. Una gran primera noche.

Cansados y derrotados volvimos al hotel. Nuestro consuelo es que la noche anterior la habíamos liado en el ferry, y al día siguiente nos recogían para hacer un tour por la ciudad, con lo que dormir iba a ser una buena idea.

El tour por la ciudad fue el típico, que si ver el San Pete histórico, con sus monumentos, su rio, sus iglesias, su museo, sus tiendas de turistas y finalmente una comida típica en un restaurante típico (de turistas) en el centro de la ciudad. Mientras comíamos, alguien hizo algún comentario típico de que buena que está esa tía. Con la suerte de que esa tía era la guía de otro viaje de españoles, y hablaba español correctísimamente. Por suerte no dijimos ninguna burrada, con lo que hablando con ella nos recomendó un bar para la siguiente noche. "La corte de los caballos". Esa noche habíamos quedado con Sasha, un amigo ruso de Alberto, que nos llevaría a cenar y por ahí. La corte tendría que esperar.

Mientras comiamos, Alberto recibió su primer mensaje, decía algo así:

K tal x Rusia?. Spero k lo esteis psndo bien. Este fn de smna me voy a las fiestas de Estella, ya te contaré. Un beso.

Un mensaje muy normal. Escrito en consenso por todos los integrantes del viaje. El tono iría subiendo poco a poco.

Después de la comida, el grupo siesta se fue a dormir, mientras los machotes fueron a ver algo. Como soy del grupo siesta nunca supe que vieron. Lo único destacable es que se perdieron en el metro (las desventajas de no saber leer) y se fueron a un barrio chungo a las afueras de la ciudad.

La verdad es que se está alargando un poco esto. seguiré con la crónica la semana que viene.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya pues en rusia, yo estuve en Kiev, pero vaya como si estuviera en rusia por que funciona igual que alli por lo que he leido. Esta muy bonita toda esta zona pero creo que la proxima vez escogere un sitio más calido com Egipto, ya que me estoy informando a través del cuaderno de viajes de la UOC

Anónimo dijo...

Unai, por Dios, sigue la historia de los mensajitos que promete mucho.

¿Terminan casandose?

Anónimo dijo...

Eh!!, ¿Como que la semana que viene?!!, que mañana aún es día laborable, yo quiero el desenlace ya... o mira que lo busco en la mula, eh!