- Quiero las hojas del jardín recogidas para cuando volvamos- bramó mi padre mientras nos dejaban el fin de semana solos a mi hermano y a mí.
La tarea no parecía demasiado complicada en un principio, pero después de pensar un poco, darse cuenta de que los Plátanos son unos árboles de mucha y muy caduca hoja, y tras recordar que nadie había recogido las hojas desde hacía dos años, hacía que la tarea no resultase muy atrayente. Por contra, el tono de mi padre, y el hecho que ya nos habíamos escaqueado unas cuantas veces, conseguía que las hojas se recogiesen sí o sí.
Así pues, una fría mañana de invierno nos dispusimos a la dura tarea. Tras varias horas de trabajo, y una sudada considerable, teníamos tres grandes montones con todas las hojas del jardín. Bastaba con meter todas las hojas en bolsas y llevarlas al vertedero de residuos vegetales. El problema es que así a ojo, había hojas para llenar unas cincuenta bolsas, con lo que los viajes iban a ser un montón.
Como paletos de ciudad, nos preguntábamos como hacían esto en los pueblos. Estábamos seguros que no lo llevaban al vertedero. Y dimos con la solución. Lo queman. Y a eso fuimos... Tres montones, tres hogueras. Todo muy lógico.
Pero claro, en enero, con la humedad y el frió reinante, las hojas caídas están húmedas, lo que impide la correcta combustión de las hojas. Como éramos gente con recursos, decidimos que un buen acelerante iba a facilitarnos la vida, y usamos la gasolina del cortacésped. Un buen chorretón, y luego otro más... y luego me fui un momento dentro de casa y cuando volvía mi hermano estaba regando el montón.
Para evitar el incendio, decidimos regar todos los alrededores del montón con agua, y tener una manguera sacando agua por si acaso.
Con un periódico hicimos una mecha larga, que cautelosamente acercó mi hermano al montón que apestaba a gasolina. En el momento que la llama se aproximó al montón de hojas, los vapores de la gasolina prendieron, causando una ligera explosión que hizo volar a mi hermano por los aires. Él rodaba por el suelo, y aunque no estaba ardiendo el debía pensar que sí, porque me pedía a gritos que le mojase con agua. Le mojé, y después de asegurarme que estaba bien miramos la hoguera.
En cuanto comenzó el fuego, el montón ya ardía por su cuenta, y por gracia de nuestro ángel de la guarda (y de algún amigo que se había traído para la tarea de cuidarnos ese dia), no paso nada, y el fuego se circunscribía únicamente al primer montón, que según nuestros planes tendría que consumirse en los próximos 20 segundos. Pero la realidad del fuego es distinta. El fuego no convierte un montón de hojas en ceniza en apenas unos minutos. No. El cabrón de él se pega varías horas hasta no dejar nada.
Como aun teníamos otros dos montones, y viendo el éxito de la operación de encendido decidimos que igual era mejor idea hacer una sola hoguera e ir echando ahí todas las hojas de los otros montones.
Por si alguien se lo pregunta, si, si hubiésemos llevado todo al vertedero ya hubiésemos acabado, pero una vez metidos en harina....Así que estábamos ahí, viendo como se quemaban las hojas, sentados en el jardín y tomando un tazón de crema de verdura de sobre, cuando a uno de los dos se le ocurrió mirar el suelo donde se asentaba la hoguera.
Todo el mundo sabe que el calor sube, pero la experiencía me dice que, aunque sólo sea un poquito, también baja. Bajo la hoguera había césped... Si, había. En ese momento había una mancha negra, con llamas por encima. No entramos en pánico, pero fue porque ya habíamos tenido muchas emociones ese mismo día. Además, ya no había solución, y decidimos seguir con la hoguera, y ya nos preocuparíamos más adelante del tema del césped quemado.
Habían pasado ya 5 horas, y poco a poco, las hojas iban consumiéndose, y el estropicio del suelo era cada vez más evidente.
Nuestras opciones eran claras, podíamos comprar pintura, y pintar el suelo de verde. También podíamos replantar el jardín y rezar porque nuestros padres no saliesen al jardín los proximos 2 meses. O podíamos hacer lo que finalmente hicimos. Cortamos el césped, y los restos de césped cortado cubrirían la mancha.
Sobre el papel la idea era buena, pero la realidad era claramente decepcionante. Quedaban pocas horas ya para que llegasen nuestros padres, y no había solución creíble. Llegamos a considerar el contar que un ovni había aterrizado y había quemado el jardín, ya que, después de todo, semejante estupidez era ligeramente más creíble que la realidad.
Ni que decir tiene que en el mismo instante que entraron mis padres en casa vieron el incidente, y tampoco hay que decir que tras la explicación, la consiguiente bronca, y que nos mandasen para nuestro cuarto, probablemente ambos se descojonaron y llegaron a la conclusión más clara.
Sus hijos eran imbéciles.
5 comentarios:
Unai en estado puro.
Jajajajajaja :)
Lo triste es q la historia es rigurosamente cierta.
En mi defensa diré que la deflagración de los vapores de la gasolina crean la ilusion de verte quemado
Sólo una preguntita... ¿¿Qué edad teníais??
Es que en fin... No digo nada más por no cagarla...
Da igual la edad, Unai es capaz de eso y más a cualquier edad.
No se con lo que me he reido más, si con el post o con los comentarios.
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